Cuando duele Galicia: café de pota o nespresso (castellano)

Un artículo de reflexión de Ian Pérez López

La Galicia progresista contempla impotente cómo Núñez Feijóo se acerca, con paso firme, a su cuarta mayoría absoluta en el Pazo do Hórreo. El artífice de haber descabalgado al bipartito PSdeG-BNG en 2009, diez años más tarde y según todas las encuestas, convence a la derecha conservadora, al centro liberal y a amplios sectores del medio rural y urbano para que, una vez más, opten por dar su apoyo a la gaviota en unos comicios autonómicos.

Este tecnócrata gris, inodoro e incoloro, consigue lo que ninguna de las opciones progresistas: la confianza de la mayoría de gallegos y gallegas. Confianza en que las políticas de Núñez Feijóo son las que se necesitan para superar el enorme reto que afronta Galicia en la nueva normalidad.

Lo cierto y verdad es que los “del birrete”, los de Feijóo, coparon el poder institucional en el PPdeG allá por 2003, cuando el delfín Xosé Cuíña (del sector de los “de la boina”) es sustituido al frente de la poderosa Consellería de Obras Públicas. Años antes, en 1999, los “de la boina” ya habían perdido la Secretaría General y, de esta forma, también, el poder orgánico. A principios de los años dos mil, el PPdeG culminaba un giro político con importantes consecuencias para el futuro de Galicia: la pérdida, en favor de los genoveses, del alma regionalista y galeguista, supuesto patrimonio del PPdeG de 1990, el PPdeG de Don Manuel.

Galicia carece, hoy, de una opción regionalista de derechas, una opción política conservadora que conecte con la idiosincrasia del pueblo gallego y con sus singularidades.

Que sepa combinar el galeguismo con políticas de desarrollo económico y social que no sean rehenes de las políticas diseñadas, previamente, en Madrid, por los partidos políticos de ámbito estatal. Una opción regionalista que no sea beligerante con la integración (sin servidumbres) en el conjunto de la diversidad del estado español.

Galicia se quedó huérfana de una opción regionalista conservadora a principios de los dos mil y, ahora, cuando más necesita de un buen café de pota para afrontar los próximos cuatro años con fuerza, mirada larga y mucho sentidiño, el PPdeG ofrece un nespresso lungo decaffeinato.

El abandono del enfoque regionalista ha tenido (y sigue teniendo) repercusión sobre el futuro de Galicia, de los gallegos y de las gallegas. Abandonar una óptica galeguista, una óptica de país, repercute sobre el tejido industrial de Galicia, el rediseño de la política agraria y pesquera, el cambio de modelo turístico, la conservación y protección del patrimonio medioambiental, el desarrollo de una política de infraestructuras ajustada a las necesidades de los gallegos y de las gallegas (AP-9, conexión ferroviaria, aeropuertos…), la protección y desarrollo de la lengua gallega (cada año más debilitada por la pérdida de hablantes jóvenes), el fortalecimiento de los servicios sociales, el afianzamiento de un sistema educativo sólido y plurilingüe para primaria y secundaria, la apuesta por la dignificación y promoción de la formación profesional, la garantía de acceso a las enseñanzas universitarias, la dotación y refuerzo del sistema sanitario tras la primera ola de COVID-19, la sostenibilidad (dotacional y de personal) de los servicios públicos, el reequilibrio territorial o, incluso, la lucha frente al repunte en la desigualdad que ya asoma en Galicia desde 2017.

Señor Núñez Feijóo: su proyecto no sirve para la Galicia del futuro. Los gallegos y las gallegas no necesitan de lungo decaffeinato, sino de un proyecto de país. Galicia necesita de un liderazgo con visión de futuro y de un proyecto real y transformador. Los gobiernos de los “del birrete” no tienen la valentía y la osadía que necesitan la sociedad y la economía de Galicia.

No sirve el “tira pra diante”, no sirve seguir la corriente de Génova 13, porque esa corriente viene de un río ajeno a Galicia y a sus gentes; no tiene en cuenta sus particularidades, su singularidad, y sólo lleva a un modelo caduco y, en el mejor de los casos, inadecuado para nuestra tierra.

Galicia tiene que liderar, como lideran otras Comunidades Autónomas del norte de España y, desde su idiosincrasia, aportar nuevas soluciones a los retos del futuro inmediato. ¿Qué hay del medio rural? ¿Qué hay de nuestro tejido industrial, en peligro de extinción? ¿Qué hay del modelo de integración social, hoy en precario? ¿Qué hay de aquella idea de convertir a la Cultura en un motor de desarrollo económico y social en Galicia? ¿Qué hay de favorecer el desarrollo del medio rural a través de la garantía de unos servicios públicos, infraestructuras y programas de apoyo a emprendedores y agricultores?

El problema de buscar café de pota en Galicia está en la debilidad y confusión con que los partidos de la izquierda afrontan este 12 de julio. Desde el BNG, pasando por la desorientada Marea Galeguista, la nueva franquicia de Podemos (Galicia En Común), hasta el PSDeG, ninguna de las opciones de izquierda está en posición de batir a un PPdeG insípido, de proyecto agotado.

El BNG parece que recupera fuerzas después de años de notable reducción de su poder institucional tras el desembarco de Podemos y de sus confluencias y tras recuperar su presencia en Madrid.

La descomposición de las mareas tras una breve y polémica experiencia en gobiernos municipales (Coruña, Ferrol y Santiago), y después de traumáticos procesos internos, libera a parte del electorado progresista que se recoloca fundamentalmente en el espacio de Galicia En Común (coalición de Podemos con Esquerda Unida) que, a su vez, viene de superar su propia crisis interna, o bien vuelve al BNG bajo el liderazgo, tranquilo pero seguro, de Ana Pontón. Galicia se asimila, así, una vez más, al resto del Estado, perdiendo una formación política netamente gallega como las mareas.

El PSdeG sigue en su particular viacrucis del que no es capaz de salir desde la renuncia de Pérez Touriño hace diez años.

La sucesión de Secretarios Generales, víctimas de sus paupérrimos resultados electorales, la pérdida del liderazgo de la oposición a Núñez Feijóo, la ausencia de un equipo conocido, carismático y sólido que arrope al candidato/a o la, ya tradicional, incapacidad para recuperar el carácter galeguista del partido (con propuestas propias y con sustancia para Galicia) lastran seriamente las posibilidades de éxito de los/las socialistas este 12 de julio.

Los gallegos y gallegas apoyaron mayoritariamente a las opciones de izquierda en las elecciones generales de 28 de abril y 10 de noviembre de 2019. ¿Qué ocurre en Galicia para que, en los comicios autonómicos, las fuerzas progresistas no sean capaces de vencer a un PPdeG caducado?

El próximo 12 de julio, muy probablemente, volveremos a vivir ese día de la marmota que viven los progresistas gallegos desde hace décadas. Ese día de la marmota que ha mantenido al PPdeG durante 33 años, de 38, al frente Galicia.

Decía Núñez Feijóo, allá por 2017, que “me duele Cataluña”. A mí, señor Feijóo, me duele Galicia. ¿Queda café de pota…?

Ian Pérez López

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